Siento como la lluvia golpea contra la ventana. Esa sensación de estar arropada y al calor en la cama mientras afuera hace frío, me gusta. Remoloneo un poco, es Navidad, no hay prisa por ir a ningún sitio, ni tenemos compromiso alguno. Tan solo recoger la casa tras la cena de Nochebuena, que como cada año, se celebra en nuestra casa.
Este año no nos apetece ir a
comer con nadie, ni tan siquiera con la familia. Queremos estar los dos juntos,
a solas. La mañana transcurre sin grandes novedades, recogemos, limpiamos,
organizamos tuppers, y en algún momento, nos sentamos a comer.
Está todo preparado, podemos
marchar. El viento frío y las gotas de lluvia azotan mi cara mientras monto en
el coche. No me separo de mi mochila, hoy tengo algo muy importante que hacer,
y en ella llevo todo lo necesario.
La carretera está vacía, en la
hora que dura nuestro viaje, apenas nos cruzamos con algún coche. Mientras
contemplo el paisaje a través de la ventanilla, mi mente divaga en hogares
imaginarios, donde la familia está reunida, disfrutando de la compañía,
alrededor de algún menú especial que alguien ha preparado amorosamente. Pero yo
hoy siento que mi lugar está en otro sitio, y hacia allí me dirijo.
Llegamos a destino, no hay nadie,
estamos solos. La lluvia nos da una tregua y podemos bajar del coche sin
necesidad de coger el paraguas. Mi mochila acurrucada entre mis brazos.
Lentamente, comenzamos a subir los peldaños. Cuántas historias conocerá esa
escalera, cuántas promesas habrá escuchado. El sonido de la cascada nos
acompaña en nuestra subida, no tenemos prisa. Ese momento es solo para
nosotros.
Alzo mi mirada y allí está. Al final
de la gruta, esperándome. Atravieso la distancia que nos separa, la miro y me
arrodillo. Noto como mi marido se aparta, sabe que necesito hablar a solas con
ella. Y allí, el día de Navidad, en mitad de una gruta perdida en la
montaña, de madre a madre recito mi
oración, una promesa, una vela se enciende.
Mi promesa pude cumplirla casi
dos años después, con mi hijo entre mis brazos. La vela y la oración continúan encendidas
en mi corazón, para que nuestros hijos encuentren siempre la luz que les guié
hasta su hogar.
Qué preciosidad! Me he emocionado. QUe fuerte el sentimiento maternal...es inexplicable! Un fuerte abrazo!
ResponderEliminarGracias Aroa, un abrazo
EliminarPrecioso, precioso, ese sentimiento de madre a madre no puede ser más profundo y sincero. Y que bello poder cumplir esa promesa verdad? Un beso
ResponderEliminarEl momento de cumplir esa promesa fue increíble. Un abrazo Huro.
EliminarTe acabo de encontrar en Tw y entré al azar en ésta entrada y me emocionó. Seguiré leyendo, estamos en el camino de la adopcion y leo todo lo que puedo.
ResponderEliminarBienvenido, el camino de la adopción a veces puede resultar solitario, así que no dudes en pasarte por aquí para sentirte un poco más arropado. A cualquier duda que tengas, aquí estoy. Un abrazo y mucho ánimo.
Eliminar